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11 de septiembre de 2016 a las 20:41

Yo sobreviví al verano: testimonio de una madre empedernida, profesional vocacional que, además, e


Empecemos por los términos:
Madre empedernida: Amo estar con mis hijos, me encanta disfrutar con ellos de cualquier cosa (un juego de cartas, un atardecer, una cena, un receta de cocina que hacemos juntos,…), pierdo los papeles como cualquier otra y siempre estoy pensando en cómo disfrutar juntos. Me supera dejarles enganchados a las TV, tablets,…procuro que sea poco, lo mínimo, y siempre para cubrir tiempos de trabajo, tareas domésticas, reuniones. Me preocupa su alimentación, organizo las comidas, las cenas,…y procuro adquirir productos saludables (alimenticios, higiénicos,…). Nos acostamos habitualmente leyendo un cuento, jugando a las cartas, hablando del día que pasó o del que vendrá mañana. Pero también disfruto enormemente de mis tiempos con amig@s, de mis momentos de “yo y solo yo”.
Profesional vocacional: me entusiasma mi trabajo, desarrollar nuevas ideas, generar nuevas posibilidades para mis clientes. Disfruto con lo que hago y consumo mucho tiempo investigando, ideando, conectando ideas. Todos los cursos académicos vuelvo al cole en uno u otro momento: una nueva metodología, una profundización en un concepto hace tiempo adquirido. Tengo que hacer serios esfuerzos para distinguir mi tiempo de ocio y trabajo. En mi maleta puede ir un libro de Kelley, algún pequeño apunte de Moliní o algún pdf descargado de DBM.
Autónoma: no requiere explicaciones, ¿verdad?

  Y ahora metemos los 3 términos en la coctelera, agitamos con intensidad y aquí tenemos el resultado de un verano inolvidable con reto conseguido: desde el 19 de Junio al 12 de Septiembre con los peques.
Cuando decidí Dejarlo todo y empezar de nuevo me instalé en una idea idílica a cerca de las bondades de la conciliación y el trabajo por cuenta propia. Dedicándome al coaching, la consultoría y la formación, ¿qué empresa iba a quererme por sus instalaciones en plenas vacaciones estivales? ¿qué coachee iba querer seguir haciéndose replanteamientos vitales en medio de las vacaciones de Navidad? ¿quién iba a planificar una formación durante los días de Semana Santa? Vamos al ejemplo de Julio y Agosto. 19 de Junio, el patio del cole huele a vacaciones, suena la sirena del cole: gritos, risas, abrazos, mochilas hasta arriba y “¿mamá iremos hoy a la playa?” Estoy ilusionada, solo queda 1 semana de compromisos profesionales y Julio y Agosto los voy a pasar con los peques (“¡lo sabía!: trabajar por cuenta propia era la solución a todos mis males relacionados con la conciliación y el trabajo por cuenta ajena es el mismo Satán en forma de seguridad”). 22 de Junio, suena el teléfono: “Queremos hacer el proyecto contigo pero necesitamos empezar ya”. Nooooooooooo, ¿Qué hago con los niños?, ¡papá tiene su temporada fuerte de trabajo justo en estas fechas!, ¡tendré que desarrollar toda la documentación pertinente!, ¡me comprometí a hacerme de cargo además de mis queridos sobris durante 2 semanas! ¡necesito decansar! 

Y a partir de ahí un goteo constante de solicitudes, de propuestas, varias consultas sobre procesos ya en marcha,…

Resumen: vacaciones 0, trabajo 1 (”Quizá Satán no estaban tan, tan mal…”). 

Elijo: cambio el pensar para conseguir un sentir y un hacer lo más alejados posible del “nollego”, la angustia y el estrés. Voy a dejar de pensar en vacacionear y me voy a poner en modo trabacacionar (gracias Ana Aranda por el palabro, me lo quedo para mí para siempre a sabiendas de que muchas madres y padres, cuidadores en general, y autónomos en particular, lo van a querer también para ellos). 

Y algunas ideas que me funcionaron para conseguir esto de trabacacionar (ninguna de ellas habría funcionado por sí misma, funcionaron porque estaban en auténtica interacción constante):
- Esfuerzo, pila de esfuerzo: si quieres pasar tiempo con tus hijos y también has decidido (De-Ci-Di-Do, lo decidí, me hago cargo y es mi responsabilidad) trabajar hay que hacer un esfuerzo extra. En mi caso el esfuerzo fue madrugar. Yo, la reina del repetir del despertador, levantándome a las 6.30 de la mañana en pleno julio, a mitades de agosto.
- Organización del tiempo en términos globales: no puedo medir solo en términos de sesiones de trabajo o días, es más flexible si mido en términos de semana o mes completo. Si madrugo demasiado tendré que hacer un break a lo largo del día (formato: siesta, meditación, un ratito de silencio,…no me importa el cómo, me es imprescindible el qué). Si he pasado el día en la playa hoy toca recogerse pronto y, al menos, dedicar un tiempo pequeño, cuando los ratoncillos duerman, a organizar la agenda de mañana. Si esta semana ha habido poco sueño, el domingo toca dormir hasta que los peques se acerquen con sus pasitos encantadores a lo largo del pasillo.
- Nada de vive el presente, a menos que sea vinculado con lo anterior y el futuro: he vivido momentos este verano de auténtica conexión con unos ojos, de comprensión absoluta de una caricia, de aceptación humilde de sentimientos que no habría querido tener, pero no es cierto que se pueda hacer una buena gestión del tiempo si única y exclusivamente se vive el presente. Porque cuando estás en modo “solopresente” el reloj deja de existir, los objetivos vitales carecen de sentido y te encuentras con todo por hacer mientras el reloj marca la hora maldita de Cenicienta. Y no es cierto que se pueda aprender de la propia experiencia si no es haciendo una conexión con lo que fue, sí, con el pasado (la palabra prohibida para los gurús del desarrollo personal en sus diferentes versiones). Modula la intensidad de uno u otro tiempo (pasado-presente-futuro) pero nunca te desconectes absolutamente de ninguno de ellos.
- Mantenerme en mi propósito: es importante ser la madre empedernida a la que estoy encantada de conocer y a mis clientes he decidido darles mi mejor versión. Y cuando flaquean las fuerzas, en los días en los que ha sido demasiado de #mamajuegaconmigo #mamavenabañarte #hacerlacompralacomidayplanificarlacena y terminamos la función con un grito fuera de lugar, en los días en los que ha sido un exceso de horas robadas al sueño: agarrarme a mi prósito vital, tomarme unos minutos para redireccionar, volver a donde quiero estar, alejarme de quien no quiero ser.
- Ser condescendiente conmigo misma: perdonarme y no fustigarme si un día no he llegado, si al final no he hecho todo, todo, todo lo que había pensado hacer. Ser flexible sin llegar al abandono. Reconciliarme conmigo misma cada vez que me saque mis propias casillas. Lo llamo agile aplicado al día a día (pero esto para otro post).

Y despido estas líneas escribiendo en el portátil, encima de una cama revuelta de una casa rural al ladito de Sanxenxo, apurando los últimos días antes de la vuelta al cole para toda la familia, con el sonido de las voces de los niños jugando en el jardín, con el olor del desayuno compartido con amigos, con la ilusión de terminar este post que tanto me ha apetecido escribir y las ganas de terminar y sentarme en el césped para compartir una sesión de risas, abrazos, caricias y algún #quebiennosloestamospasando. Termino en medio de la esencia de lo que ha sido este verano: una trabacación constante. 

Cien gracias por leerme, en el próximo más (y probablemente mejor).


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